Llueve en Ciudad Melancolía. Pero eso no debería extrañar a nadie.
Un marinero cualquiera se cala la gorrilla para que no le moje el pelo esa garúa finita, cortina de agua imperceptible que acompaña la ciudad desde siempre. Uno pensaría que la ciudad sólo se puede ver tras esa lluvia, y que si dejase de llover desaparecería como un espejismo.
Porque Ciudad Melancolía en realidad no existe. Es un lugar en el que todo el que vino está esperando para marchar a otro sitio. De paso. Nadie quiere quedarse en una ciudad que no es.
Un marinero cualquiera camina hacia el Barrio Viejo, y atraviesa la Plaza Independencia a la sombra de los edificios descomunales, que le hacen sentirse pequeño. Enfermo de melancolía, el marinero busca. Lleva días tomando en todos los cafés del centro, para lavarse de la piel a una mujer cualquiera, que es la suya. Pero no lo consigue. Un hombre que vino de un lugar lejano (como si alguien aquí no hubiera venido de lejos), le dijo que sólo había una forma de sacarse una mujer en Ciudad Melancolía.
- Buscá a la Loba – le dijo – En Sarandí y Misiones, no tiene pérdida.
Un marinero cualquiera camina ebrio de añoranza y de rabia hacia la Ciudad Vieja en busca de la Loba. Como si Ciudad Melancolía pudiera albergar una ciudad aún más vieja.
El Viento del Sur barre despiadado las calles, queriendo arrastrar la tristeza densa que las cubre y se agarra a los tobillos del marinero entorpeciéndole los pasos. Ya baja por la calle Sarandí. De cuando en cuando levanta la vista, y busca el océano al final de los suelos empedrados. Ese océano revuelto en marrones, sucio e inquietante, que le mira al fondo.
En una de esas, al volver la cabeza, la Loba también le mira. Una mano sobre el marco de la puerta, la otra en la cadera. Los pies clavados al suelo. Ojos verdes fijos en los suyos.
- Cuánto – pregunta el marinero -
- Mil pesos.
Se quedará sin un mango, y lo sabe. Pero bien gastado estará si consigue arrancarse esa zozobra.
Sigue a la Loba a través del patio estallante de hojas verdes. La sigue cuando abre la puerta de la estancia, de paredes tintadas de humedad. Espera de pie mientras ella descubre su piel tostada y se tiende en el camastro, desperezándose como un animal.
Con un último suspiro se desviste, y se lanza sobre ella. Entonces los dedos de la Loba se clavan en su carne. Los dientes de la Loba le marcan la piel y poco a poco, el dolor del marinero se diluye entre sus manos. Cuando se encaja entre sus muslos, el marinero ya no recuerda. Ni siquiera sabe porqué vino a buscar a la Loba. La Loba es el Olvido.
Cuando salga de allí, el marinero lo hará sin saber. No sabe tampoco que ni todos los marineros de Ciudad Melancolía le han bastado a la Loba, para arrancarse a la mujer que tiene pegada a la piel.
Un marinero cualquiera se cala la gorrilla para que no le moje el pelo esa garúa finita, cortina de agua imperceptible que acompaña la ciudad desde siempre. Uno pensaría que la ciudad sólo se puede ver tras esa lluvia, y que si dejase de llover desaparecería como un espejismo.
Porque Ciudad Melancolía en realidad no existe. Es un lugar en el que todo el que vino está esperando para marchar a otro sitio. De paso. Nadie quiere quedarse en una ciudad que no es.
Un marinero cualquiera camina hacia el Barrio Viejo, y atraviesa la Plaza Independencia a la sombra de los edificios descomunales, que le hacen sentirse pequeño. Enfermo de melancolía, el marinero busca. Lleva días tomando en todos los cafés del centro, para lavarse de la piel a una mujer cualquiera, que es la suya. Pero no lo consigue. Un hombre que vino de un lugar lejano (como si alguien aquí no hubiera venido de lejos), le dijo que sólo había una forma de sacarse una mujer en Ciudad Melancolía.
- Buscá a la Loba – le dijo – En Sarandí y Misiones, no tiene pérdida.
Un marinero cualquiera camina ebrio de añoranza y de rabia hacia la Ciudad Vieja en busca de la Loba. Como si Ciudad Melancolía pudiera albergar una ciudad aún más vieja.
El Viento del Sur barre despiadado las calles, queriendo arrastrar la tristeza densa que las cubre y se agarra a los tobillos del marinero entorpeciéndole los pasos. Ya baja por la calle Sarandí. De cuando en cuando levanta la vista, y busca el océano al final de los suelos empedrados. Ese océano revuelto en marrones, sucio e inquietante, que le mira al fondo.
En una de esas, al volver la cabeza, la Loba también le mira. Una mano sobre el marco de la puerta, la otra en la cadera. Los pies clavados al suelo. Ojos verdes fijos en los suyos.
- Cuánto – pregunta el marinero -
- Mil pesos.
Se quedará sin un mango, y lo sabe. Pero bien gastado estará si consigue arrancarse esa zozobra.
Sigue a la Loba a través del patio estallante de hojas verdes. La sigue cuando abre la puerta de la estancia, de paredes tintadas de humedad. Espera de pie mientras ella descubre su piel tostada y se tiende en el camastro, desperezándose como un animal.
Con un último suspiro se desviste, y se lanza sobre ella. Entonces los dedos de la Loba se clavan en su carne. Los dientes de la Loba le marcan la piel y poco a poco, el dolor del marinero se diluye entre sus manos. Cuando se encaja entre sus muslos, el marinero ya no recuerda. Ni siquiera sabe porqué vino a buscar a la Loba. La Loba es el Olvido.
Cuando salga de allí, el marinero lo hará sin saber. No sabe tampoco que ni todos los marineros de Ciudad Melancolía le han bastado a la Loba, para arrancarse a la mujer que tiene pegada a la piel.
Qué bonito, Marina. Veo que el sur te inspira. No sabía que Montevideo fuera la Ciudad Melancolía. Bueno, espero que haya por ahí un tranvía que te lleve al barrio de la Alegría, que cantaba Sabina. Disfrutate, linda!
ResponderEliminarBuenas noches preciosidad, llevo flipando con esta entrada desde el mismo día en que la colgaste y no sé cómo decirte cuanto me ha emocionado. Esta noche tengo en casa a mis dos niñas (Macu y Aleks) y hemos leído tu cuento, así que es como si estuvieras con nosotras, parece que te oimos recitar tus propias palabras...
ResponderEliminarTe añoramos. Besos.. Cris, Macu y Aleks
Saludos porteños!
ResponderEliminarMe alegra mucho que os haya gustado! Montevideo es preciosa, pero es fácil comprender porqué también es una ciudad de Tango.
Besos mil!