Hace no mucho estuve en uno de los nuevos hospitales que se han construido en Madrid. Sentada en la sala de espera, más parecida a la de un aeropuerto que otra cosa, pensaba en lo complicado que había resultado llegar hasta allí, incluso en coche. El hospital estaba a las afueras, en un páramo rodeado de polígonos industriales y urbanizaciones desangeladas en construcción. Dando vueltas a esta idea, se me ocurrió buscar las localizaciones de los 8 nuevos hospitales, para comprobar que todos estaban a las afueras, en pos de una “descentralización de las especialidades que acercará los recursos a todos los ciudadanos”, según la página de la
Comunidad.
Pensé en más cosas que se edifican a las afueras, lejos de la mirada. Los hospitales, los psiquiátricos, los prostíbulos, los cementerios… lugares que albergan cuerpos enfermos, infelices, muertos, o cuerpos que follan. Enfermedad, sexo y muerte deben estar lejos de la mirada pública, porque la familiaridad con ellos interferiría en las enseñanzas de la hiperrealidad.
El sistema se esfuerza demasiado en producir discursos que nos muestren qué debemos ser, a qué debemos tener miedo, y cómo se hacen las cosas. Debes estar sano, ser guapo, feliz, eternamente joven (preferiblemente inmortal) y debes practicar el sexo según los criterios heteronormativos. El miedo a no cumplir esos requisitos, por otro lado imposibles, te mantendrá suficientemente angustiado como para que sigas comprando (1).
Realizar el procedimiento inverso, poner los cuerpos enfermos, disidentes, las prácticas no normativas ante la mirada pública funciona como espacio de resistencia contra esos miedos. Porque en la cultura de la hipervisualidad, lo único que existe es lo que vemos.
(1)Acaso, María. Esto no son las torres gemelas: Como aprender a leer la televisión y otras imágenes. La catarata. Barcelona (2006)