Hace unos días alguien me comentó que últimamente se había tropezado con demasiada frecuencia con el mito de las lesbianas psicópatas, y me preguntó qué pensaba al respecto. Después de investigar un poco sobre el tema, estas son mis conclusiones:
En el principio, la Iglesia ya nos consideraba como pecadoras perversas, condenando cualquier forma de relación sexual que no estuviera al servicio de la procreación como viciosa y pecaminosa, y asociándola a otras muchas maldades que suponían el derrumbe moral del ser humano. Aún siguen transmitiendo la idea de que de fornicar con personas del mismo sexo a asesinar niños sólo hay un paso.
También la ley ha desarrollado sus teorías al respecto, y lo sigue haciendo en muchos países. No hace mucho tiempo que en España, en virtud de la ley de vagos y maleantes, los homosexuales eran detenidos y sometidos a penas de hasta 5 años de cárcel. Hasta aquí se nos construía sencillamente como personas malvadas.
Cuando la ciencia se dignó a mirarnos, también nos consideró un peligro para las gentes de bien, pero por estar enfermas. Krafft- Ebing incluyó a mujeres invertidas en su “Psichopatia sexualis”, una sucesión de casos clínicos en los que desgranaba lo que él denominaba psicopatías sexuales en personas que en algunos casos habían sido inofensivas, aunque terminaran perseguidas por la ley o internadas en manicomios, y en otros habían realizado crímenes brutales y bizarros.
Freud comenzó hablando de la perversidad polimorfa del niño, suponiéndonos a todos una bisexualidad en potencia, pero situaba el motivo de la homosexualidad adulta en la falta de superación adecuada del complejo de Edipo. Los niños de ambos sexos orientan sus deseos en primer lugar hacia su madre, pero las niñas deben darse cuenta de que es su padre el que en realidad merece sus atenciones. Si su envidia de pene es demasiado grande como para aceptarlo, o si sus padres las repugnan lo suficiente, mantendrán el deseo hacia sus madres, y después lo desplazarán a otras mujeres. Las lesbianas, así, quedan en esta teoría como personas inmaduras y narcisistas, puesto que se aman tanto que buscan un objeto de deseo igual a ellas, e incapaces de completar su desarrollo psicosexual orientándose hacia la heterosexualidad.
A pesar de que Freud no consideraba la homosexualidad como perversión a tratar, parte de la escuela psicoanalítica la agrupó dentro de las patologías susceptibles de tratamiento. La homosexualidad ha permanecido asociada a las parafilias hasta los años 70 en todos los manuales médicos. En lugar de delincuentes peligrosas, pasamos a ser pobres enfermas, dignas de cariño, lástima, y electroshock.
Aun así, la difusión pública de los conceptos psicoanalíticos ha supuesto, en muchos casos, cambios de sentido de los mismos, que hacen que se produzcan fácilmente deslizamientos de significado equivocados del tipo:
Lesbianismo = perversión = psicopatía = violencia
Ya tenemos un buen caldo de cultivo para las lesbianas asesinas.
Pero no podemos desdeñar la aportación de las hormonas. La testosterona se ha utilizado durante mucho tiempo para justificar la agresividad de los varones, a pesar de que existen estudios que contradicen esta afirmación, y otros que asocian la agresividad a niveles bajos de testosterona, o a niveles elevados de estrógenos. Cómo no, también hay estudios que pretenden relacionar la homosexualidad femenina con mayores niveles de testosterona (no olvidemos aquello de comprobar si el dedo anular es más largo que el índice, lo que supondría lesbianismo y más testosterona en sangre). Aquí tenemos la segunda asociación falsa del día:
Lesbianismo = masculinidad = testosterona = violencia.
Según esta asociación, amigas, no sé a qué esperáis para salir a buscar deportistas dopadas con testosterona, porque sin duda no rechazarán vuestras proposiciones (aunque podáis correr riesgo de descuartizamiento). Por no hablar del peligro que suponen esos hipermasculinos y peludos osos, que a pesar de sus supuestos altos niveles de testosterona (de ahí tanto vello), no sólo no son asesinos en serie, sino que gozan alegremente en sus prácticas sexuales con otros hombres, sin manifestar demasiado interés por las mujeres.
Como curiosidad, diré que el cine también ha contribuido al mito de las lesbianas asesinas. En el fantabuloso documental “El celuloide oculto” se habla de que en los años 30, coincidiendo con el Código Hays, que censuraba todo aquello considerado inmoral en el cine, aquellas sugerencias de homosexualidad que saltaban la censura lo hacían porque convertían al supuesto homosexual en villano asesino y desequilibrado. Son ejemplos el ama de llaves de “Rebeca”, “La hija de drácula” o “La soga”. En los años 60, cuando el código Hays empezó a aflojar, los pobres y enfermos personajes homosexuales de las películas empezaron a sufrir muertes violentas o a suicidarse.
Jugando a la interpretación psicoanalítica, se me ocurre la siguiente metáfora: Había una vez unos señores que se dieron cuenta de que en el mundo había mujeres que se relacionaban entre ellas, sin contar con ellos en absoluto. La inmadurez de estos individuos les hacía incapaces de aceptar la frustración de que por una vez fueran ellos los excluidos, por lo que utilizaron como mecanismo de defensa la proyección de sus propias emociones, considerando que estas mujeres les debían odiar muchísimo. Para legitimar esta idea paranoica, construyeron teorías explicativas desde la religión, la ley y la ciencia, porque si esas mujeres (como todas) envidiaban su falo, pero no se iban a apropiar de él como madres (teniendo un hijo con ellos), ni como putas (con sus vaginas dentadas), la única opción restante era que les mataran para conseguirlo.
O utilizando una metáfora pornográfica, cuando dos mujeres aparecen en escena practicando sexo entre ellas es porque pretenden excitar al hombre que las mira (desde detrás de la cámara o de la pantalla), y que no tardará en aparecer para darle sentido a todo con su polla. La única explicación posible en la lógica pornográfica para que ese hombre no esté en el sistema, es que ellas le hayan matado. La ecuación simbólica siempre nos convierte en asesinas.
martes, 4 de enero de 2011
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