IV. De los placeres de la carne.
La noche siguiente Cloe se apresuró a cabalgar hasta el muro de Dafnis, y se encaramó de nuevo al árbol justo cuando asomaba la luna. Dafnis, como habréis imaginado, ya la esperaba junto a su ventana.
El manto nocturno ocultó con sus sombras las ardientes miradas de los amantes y las palabras que se dedicaron, henchidos de amor y deseo.
A ese primer encuentro le sucedieron otros. Cloe acostumbraba a enviar a su halcón cual paloma mensajera, portando las misivas de los amantes para concertar las citas. Así, su deseo fue creciendo una noche tras otra a escondidas de todos los que vivían en la casa de Dafnis.
Pero la mirada y la palabra son preludio del anhelo de la carne, y Cloe cada vez se sentía más tentada por conocer con sus labios la piel inmaculada de Dafnis, conquistar con sus manos el territorio inexplorado de su cuerpo, desflorar su inocencia…
El deseo espoleaba la mente de Cloe, que pasaba los días inquieta tratando de descubrir la forma de salvar la distancia que los separaba. Una mañana, mientras caminaba por el bosque pensando en estas cuitas sus pasos recorrieron un camino que hiciera de niña, llevándola hasta la puerta de una cabaña. Allí habitaba una hechicera a la que Cloe solía visitar en sus correrías por el bosque. Ella le había enseñado del poder curativo de las hierbas, de los rituales ancestrales y del poder de la magia.
Cuando atravesó la puerta, la hechicera ya parecía esperarla en la penumbra.
- Dime pequeña Cloe, ¿Qué te trae a mi humilde morada?
Cloe explicó su pena a la hechicera con todo detalle, y ésta puso en su mano dos frascos.
- El del líquido verde – le dijo – hará que te conviertas en un halcón igual al tuyo, y puedas volar hasta la ventana de Dafnis. El rojo lo llevarás contigo siempre, y sólo lo usarás si os encontráis en gran peligro. Si le das a él cinco gotas descubrirás su poder.
Al atardecer de ese día, Cloe, transformada en halcón, se posaba en la ventana de Dafnis.
Cual fue la sorpresa del muchacho al descubrir que el halcón se tansmutaba ante sus ojos en su gallarda enamorada. Cayó en sus brazos desmayado, y sólo volvió en sí tras un torrente de besos de Cloe, que le llamaba dulcemente.
Yacieron juntos los amantes. El deseo de Cloe penetró en Dafnis por primera vez descubriéndole placeres que el muchacho nunca habría imaginado. Y él se abrió entre sus brazos como una rosa madura.
Al amanecer Cloe voló de nuevo a su palacio, con la promesa de volver la noche siguiente.
Se conocieron en el lecho durante siete noches hasta que la séptima, demasiado confiados, ambos quedaron plácidamente dormidos tras el amor.
Al escuchar el canto del gallo el color se esfumó de sus mejillas. Clavada en el camastro entre sus cuerpos, estaba la espada de la madre de Dafnis…
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