miércoles, 3 de febrero de 2010
Cloe, la princesa cazadora (Cuento invertido por entregas)
II. Del rechazo de la tentación en pos de la virtud.
- Dafnis, es hora de volver a casa de tu madre, pronto aparecerán las primeras luces del alba, y para entonces sabes que debes estar entre sus muros.
El que así rompió el encanto era un viejo malencarado, que sin duda estaba allí para velar por la honra de tan precioso joven. Cloe vio marcharse a su adorado tras el odioso individuo sin atreverse siquiera a desvelar su presencia.
Con la luz del día, no le llevó mucho tiempo volver al palacio, donde celebraron su retorno con vítores tras haberla dado por perdida la noche anterior. Pero Cloe no compartía su alegría porque, en secreto, sentía el deseo retorcerle las tripas con su mano candente.
Aquella noche, sus compañeras habían preparado una gran fiesta con comida, bebida, y bellos bailarines. Su espíritu, sin embargo, se hallaba lejos de aquel tumulto vagando todavía junto al remanso del río.
De pronto sintió unos labios calientes posarse en su hombro. El más bello de los bailarines, un muchacho moreno y exótico, acercaba ya complaciente la boca a su cuello. En otra ocasión hubiera gozado del muchacho sin dudarlo, quizá incluso le habría convertido en su preferido, y le habría hecho acudir todas las noches a su lecho. Todo el mundo sabía en palacio de la fogosidad de Cloe, que había ejercido el derecho de pernada sobre todos los súbditos vírgenes de su madre, pero esa noche cualquier belleza palidecía ante la de Dafnis. Cloe rechazó al efebo con violentos ademanes, diciéndole a gritos:
- ¡Maldito demonio! ¡Tú que te ofreces a todas las que quieren tomarte! Tu inocencia está ajada por el uso. Ya sólo deseo unos labios puros como los de Dafnis para posarse en mi piel sin mancillarla.
El salón quedó de pronto en silencio, las copas suspendidas en el aire, los tenedores goteando paralizados sobre los manteles, las bocas abiertas sin emitir sonido. El muchacho se arrastró sobre sus rodillas para alejarse de las iras de Cloe, mientras la reina hacía un gesto elocuente, que hizo que todos los comensales abandonaran su quietud como si nada hubiera pasado.
Melibea, la mejor cetrera del reino y amiga preferida de Cloe, se acercó discretamente a su oído cuando todos volvieron a sus quehaceres.
- Señora, ¿Ha sido el nombre de Dafnis el que pronunciaban vuestros labios? Habéis de saber que ese doncel está fuera del alcance de vuestros deseos. Al cumplir los 15, dada su extrema belleza, su madre decidió encerrarle para evitar las miradas lúbricas que desataba en las mujeres, pobres vasallas de su deseo. No es falta del muchacho si no es posible retener los impulsos de la carne femeninos, pero su honor permanece resguardado por esos muros. Sólo puede salir una vez al mes a nadar en el río, amparado por la noche para no ser visto, y acompañado de un viejo criado de la familia que no permitirá que nadie se acerque.
Cloe pudo escuchar su corazón quebrarse al son de las palabras de su amiga, pero su desánimo apenas duró el tiempo de un suspiro.
- Yo, que he atravesado océanos con monstruos innombrables, que he matado dragones y robado sus tesoros, que he sobrevivido a las criaturas de los desiertos, no me rendiré a la fuerza de esos muros. Porque mi deseo es inmenso, y mi astucia suficiente para evitarlos.
Aquella noche, Cloe la pasó velando junto al fuego, y a la mañana siguiente se la podía escuchar cantar feliz en las caballerizas, mientras preparaba los arreos de su yegua. Una idea se alojaba en su regia cabeza…
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Esto es exactamente lo que se llama reescribir identidades. Comentario filológico-literario: coges las reglas del género épico y donde había un héroe, ahora hay una heroína con un harén de muchachos y efebos a su disposición ¡Me encanta! generas intriga y un horizonte de expectativas vastísimo. He empezado por el principio así que me faltan entregas. Qué suerte esto de las conexiones!
ResponderEliminarBesos enredados