domingo, 3 de enero de 2010

Hasta el dildo.


Noche de fin de año. Cuatro de la madrugada.

Aparco la moto en la puerta de un bar de rock en Madrid.
- Vengo de parte de B., la pelirroja.
El gorila me mira y repite como un mantra:
- Ojos verdes, pelo corto, la moto… ¿Cómo te llamas?
Mi nombre es mi salvoconducto.
- Sí, eres tú. – Dice revolviéndome el pelo con la mano, como se hace con un chaval - Y me abre la puerta.

El sitio no está excesivamente lleno. La mayoría de hombres diagnosticados es notable, pero mi entrada no llama demasiado la atención, hasta que llego a la barra.
A modo de saludo, le muerdo la boca a B., que me devuelve el mordisco. Directo y nada discreto. Lleva un vestido corto, negro y escotado, “de bailarina oscura”. Esta noche ni siquiera lleva tacones.

Entonces comienza.

Los tíos que hay a nuestro alrededor miran con curiosidad evidente, algunos con una insistencia grosera, que no remite cuando les sostengo la mirada. A nuestro lado, una pareja de chicas comienza a besarse tímidamente, arropada por nuestras claras muestras de deseo mutuo.

“Qué suerte tienes, capulla”- me espeta uno al oído- , “Estáis para grabaros”, “¿No os gustaría hacer un trío?”. Las invasiones de nuestro espacio se suceden una tras otra. No importa nuestra actitud, cada vez más molesta, ni nuestras respuestas, cada vez menos agradables. Si ella estuviese con un tío, jamás se les ocurriría importunar así. Pacto de respeto entre hombres. Reparto de coños. La propiedad del otro no se toca, al menos no delante de sus narices. Sin embargo, aquí yo soy transparente.

B., en cambio, es hipervisible. Se la puede abordar, tocar, pedir un beso, cuestionar, e incluso seguir al baño y bloquear la puerta. Sus negativas no cuentan, deben dejar bien patente que lo que necesita es una buena polla para salir de su confusión. Ella aún puede salvarse.

A mí me protege una cierta ambigüedad, en el vestir y en la forma de estar, que hace que me identifiquen como lesbiana. Pero B. es un objetivo para ellos, “porque no se le nota nada”. No tiene pluma pero sí una melena larga y llamativa, vestido minifaldero y las uñas pintadas. A ella se la pueden follar. De hecho, deben pensar que sólo me besa para calentarles. Supongo que son tan invasivos porque les irrita que su deseo se dirija hacia mí. Ella debería ser para ellos, pero se va a ir con una bollera. Y eso les cabrea.

Echo de menos la hermandad de mis perras, para haberles enseñado los dientes como en otras ocasiones. Pero esta noche sólo somos tres.

“Amigos, esta “pelirroja” me folla con un dildo de 22 centímetros, ¿Acaso tenéis algo mejor que ofrecer?”- Tengo ganas de gritar - En cambio, vuelvo a besarla deslizando mi mano descaradamente hasta su culo.

Este año, lo empezamos haciendo política en los bares.

1 comentario:

  1. nena, k bonita (y caliente) historia...
    es maravilloso (no)joderles en donde más les duele
    sigue contándonos aventuras, is delicious
    muuuuuaaaaaaks

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