sábado, 20 de agosto de 2011

Lecciones de teología

Viñeta: Manel Fontdevila

Siempre he dicho que si quieres tener una hija atea y bollera, sólo tienes que meterla 13 años en un colegio de curas.

Hacía mucho que no recordaba mis experiencias en el colegio en aquellos años 80, pero las hordas papales que invaden Madrid estos días me han devuelto a esos tiempos en los que aprendí a la vez lo que dice la Iglesia y lo que calla. Cierto es que mi generación fue apenas la tercera de chicas que entraban en el colegio, en el que hasta ese momento sólo aceptaban varones, y el no saber todavía qué se hacía con nosotras nos protegió de los capones con anillo, los tirones de patillas y las collejas que los curas prodigaban a nuestros compañeros, pero no nos libró de los efectos secundarios de su voto de abstinencia.

Aprendí sobre la lujuria en el colegio. Todavía recuerdo los esfuerzos para ponernos a salvo de las manos sudorosas del "mofeta", ese cura con aversión al jabón, que nos seguia con 11 o 12 años por las escaleras, repartiendo cachetes y empujones en los traseros seleccionados de las chicas para apresurarnos. También recuerdo a aquel otro que elegía a las adolescentes más desarrolladas para sacarlas de clase y llevarlas a su despacho, donde les enseñaba fotos de los alumnos más mayores, e indagaba sus gustos prometiendo que se los presentaría, en un extraño juego voyeur que nunca he llegado a comprender. Años después de que yo dejara el colegio, condenaron a uno de los profesores a 7 años de cárcel por abusar sexualmente de una alumna de 14 años.

Y ahora esta ciudad de Madrid, que tanto disfruto en Agosto, se ha llenado de peregrinos que vienen a evangelizarnos. Me han evangelizado con sus miradas airadas, cuando se me ha ocurrido salir a pasear de la mano de mi novia, también cuando me han esperado en Sol ondeando banderas y enseñándome su evangelizador dedo anular, porque he salido a decir que no me parece bien que se gasten mi dinero en sus fiestas. Me han evangelizado cuando me he cruzado con ellos, en formación, cantando himnos a caballo entre lo religioso y lo militar por las calles, en el metro, en las plazas... incluso han evangelizado a las putas de Montera, mirándolas con desprecio mientras ellas taconeaban dignas e impasibles. Para evangelizar, queridxs amigxs, lo que hay que hacer es ocupar el espacio público en una exhibición de fuerza, sobre todo cuando el descenso de las vocaciones puede hacernos creer que ya no mandan tanto. Y si la evangelización falla, evangelizamos a hostias, haciendo una adecuada selección entre peregrinos, que pasan, y laicos, que cobran.


Todavía recuerdo más cosas del colegio. Me hablaban de pobreza, de solidaridad y humildad, pero no de opíparas comidas a degustar con la curia, ni de 45 kilómetros de tela para hacer casullas, o de vender camisetas que publicitan a banqueros y mercaderes mientras hay gente que se muere de hambre. También me decían que no había que adorar becerros de oro, porque era idolatría, y no sé si se referían a tratar a un hombre como a una estrella caprichosa del rock, construirle escenarios, vender merchandising, chillar a su paso y suplicar que te dirija su mirada mientras se regocija entre las multitudes con los brazos alzados.

También me decían que todos los hombres éramos iguales, y yo, ingenua de mí, pensaba que "hombres" me contenía, cuando mi cuerpo, según ellos, lo que contiene es el pecado, y hay que encerrarlo, domesticarlo y aleccionarlo para ponerlo al servicio de sus leyes.

En fin, que esta mañana, cuando me he levantado y he visto que una lluvia huracanada visitó anoche Cuatro Vientos deshaciendo las hostias que guardaban para comulgar, he pensado que quizá fuera cierto lo que me decían en el colegio sobre el Dios del Antiguo Testamento, y me pregunto si se habrán percatado del mensaje, o tendrá que enviar a Jesucristo para entrar en el templo a latigazos.