jueves, 15 de abril de 2010

Silencio, se normaliza.

En general, el sistema puede ser condescendiente con niños que desarrollan conductas que no se corresponden con su género asignado mientras son pequeños. Incluso se toleran fantasías y prácticas homoeróticas durante la adolescencia, como experimentación sexual previa a la madurez.

Pero según avanza la pubertad, con el imperativo de la procreación se deja de mirar hacia otro lado cuando hay ambigüedades. Entonces el dispositivo heteronormalizador, que a veces ya ha asomado sibilino las orejas, empieza a funcionar despiadadamente. Las niñas ya no pueden jugar al fútbol, y los niños no pueden jugar con las niñas.


Llevo unas semanas trabajando con niños y adolescentes en una consulta de psicología, y no he dejado de ver el dispositivo heteronormalizador funcionando ni un solo día.

Como con ese chaval que va a un colegio de curas. Le han quedado un par de asignaturas, va a los scouts y se divierte, tiene amigos con los que se lleva bien… Sin embargo, el colegio se empeña en mandarle a un psicólogo privado, recomendado por ellos, supuestamente porque el chico es levemente tartamudo, y eso está repercutiendo en su aprendizaje. Cuando yo le veo, el tartamudeo es tan imperceptible que no lo habría reconocido sin saberlo. Lo que sí es evidente es que tiene pluma.

Su madre dice que lo que le insinúan insistentemente en el colegio es que el chaval siempre anda con chicas, y que no le gusta jugar al fútbol. Llegan a presionarla tanto para que le lleve al psicólogo que termina por llevarle en la pública sólo porque les dejen en paz. No llega a hablar de orientación sexual delante del chico, pero sí dice que no comprende la insistencia del colegio, y que cada niño es como es, y que ella quiere a su hijo tal cual y no le parece que tenga nada malo. Suerte que es sensata y protege al muchacho de la hipocresía de las sotanas.

Cuando no se trata de los profesores, son los propios compañeros. Como esa chavala que ha aterrizado hace dos años en el instituto. No ha tenido problemas en el colegio, pero desde que ha empezado el instituto los chicos de su clase la insultan y la pegan. Se ha angustiado tanto que ha empezado a autolesionarse. No llega a explicar el porqué del acoso, pero parece tener que ver con su afición a jugar al fútbol, y con sus ademanes claramente masculinos. Mientras habla mira mi pelo corto con insistencia, y yo trato de devolverle algo de confianza en la mirada. Hay lugares seguros más allá del instituto.

Ver este dispositivo clasificador tan evidente alimenta mi rabia, y me reafirma en la necesidad de dinamitar el binarismo. Porque no deja de funcionar silencioso en las aulas, como una apisonadora.