Hace unas semanas estuve en el museo Pompidou de París, y entre las exposiciones que había me llamó la atención una llamada “Danser sa vie” (Bailar su vida) que mostraba la relación entre la danza y el arte moderno y contemporáneo. Me sorprendí porque, al llegar a la entrada, había un cartel que recomendaba que los menores de 18 no entrasen a la exposición porque albergaba imágenes que podían herir su sensibilidad. Reconozco que a medida que avanzaba por las salas me preguntaba, entre bailarinxs contemporánexs y obras expresionistas, cual de aquellas podía ser la que pervirtiera a los niños. Llegué entonces frente a un vídeo en el que se podía ver el desarrollo de una de las “Antropometrías de Yves Klein”, algo parecido a esto:
Pensé entonces que quizá a los señores del museo fuera eso lo que les pareciera pornográfico, pero no parecía haber ningún aviso junto al vídeo. Sin embargo, aquellas escenas hirieron mi sensibilidad. No por la desnudez de los cuerpos, sino por la coexistencia de esos cuerpos desnudos con las manipulaciones de “El Artista” (varón y vestido) que hace sonar la orquesta y después los utiliza como pinceles frente a un público compuesto en su mayor parte de varones (también vestidos) que admiraban la obra magna de “El Artista” con la mayor seriedad. Sin poder evitarlo, esa imagen produjo en mi sensibilidad un efecto parecido a la primera vez que vi esta otra, en la que Charcot muestra a sus estudiantes una crisis histérica en el cuerpo de Blanche Wittman:
Sin duda ambas imágenes me violentaron, y consideré que la Antropometría de Klein podría violentar también la sensibilidad de los niños. Pero cual fue mi sorpresa cuando al girarme para seguir mi camino, quedó ante mis ojos el vídeo pornográfico que tanto había estado buscando, con el seductor título “Cuando el hombre protagonista es una mujer":
Los señores del museo además habían seleccionado un vídeo más largo que el que aquí os pongo, y recortaban la primera parte, en la que Lisbeth Gruwez performa y parodia la masculinidad, y dejaban sólo la segunda, en la que baila desnuda. Me habría encantado poder poner un vídeo más largo de esta performance porque este muestra apenas un atisbo de lo que había en el museo, pero el señor Youtube también considera que es pornográfica.
A pesar de que entonces no pude ver la primera parte, me quedé clavada ante la fuerza de la expresión de Gruwez bailando. Pensé que consideraban el vídeo pornográfico porque algunos planos sobre los genitales eran explícitos, porque en algunos momentos se acariciaba, o porque estaba cubierta de aceite, pero aunque algunas lógicas visuales del vídeo se hubieran podido corresponder con la mirada pornográfica mainstream, había otros aspectos que me recordaban a algo distinto. Su cuerpo, aunque desnudo, no parecía estar esperando a nadie, se retorcía y se deslizaba por el suelo con violencia, y ocupaba la escena por sí mismo, sin necesidad de que ningún dildo de carne le diera sentido. Si este vídeo es pornográfico, pensé, se podría tratar de algo más cercano al postporno.
Al llegar a casa investigué un poco más la performance, en la que aparecía como autor único Jan Fabré, y hacerlo fue en parte una decepción, porque “El Artista”, que performa masculinidad de galán maduro de cine y se describe como “un genio que cree en conciliar disciplinas”, habla de evocaciones en su obra de la de Yves Klein, de la Madre Tierra, y de que la pieza supone una “preparación ritualística para el salto más alto, que nos lleva de vuelta al matriarcado”.
No dejaré de reconocerle a Fabré la parodia de la masculinidad del principio, pero también reconozco que mi concepto de la obra cambió al saber que sólo él se atribuía la autoría, porque el discurso no es el mismo dependiendo de desde dónde se emita. Sin embargo, me alivió saber que varios de los críticos que escribieron sobre la performance coincidían en reclamar la coautoría de Gruwez, a la que “se le debe más del 50% de la coreografía, porque termina siendo una danza muy personal, en la que la misma configuración de su cuerpo es protagonista”
Todo esto daría para escribir mucho sobre la pornografía, pero también sobre el estatuto de “El Artista” y sobre la historia de la apropiación de las aportaciones de las mujeres al arte, pero todo eso sería muy sesudo, y en realidad yo sólo quería compartir con vosotrxs un vídeo (quizá) pornográfico.
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es complicado entrar en terrenos de "autoría", porque lo que defiendes (bueno, parte de ello) sería (como no, aplicado a la música), como si los músicos que interpretan y hacen los arreglos de las canciones de otrxs pelearan por la autoría. Un músico puede hacer muy suya una canción de otra persona, puede de hecho hacer que una canción nefasta parezca maravillosa o viceversa. Pero considero que en arte está claro que autora o autor es quien tiene la idea. Luego son otro tipo de profesionales a veces quienes dan forma a esa idea, pero sin idea, no hay nada.
ResponderEliminarpor cierto, me ha encantado Lisbeth Gruwez
ResponderEliminarTal vez sería el momento de empezar a destruir el concepto de autoría de una vez por todas. Es cierto que sin idea no hay nada, pero la idea una vez nacida es independiente de su creador/a y sigue viva y evolucionando.
ResponderEliminarA mí jan fabre me cae fatal y reconozco su parecido con yves klein en el maltrato a sus bailarinas,vi a más de una llorando por los pasillos cuando tuve la ocasión de trabajar en una de sus escenografías, por cierto muy controvertida por presentar en escena cuerpos desnudos embarazados. Fabre parece que juega bastante con ideas de naturaleza y matriarcados varios, con marina abramovich hizo algo también en este sentido. Yo a él no me lo creo y aunque en arte procuro evitar la constante "sospecha" de la "provocación" en el trabajo de Fabre ésta me resuena constantemente. Por eso sí, me quedo con Gruwez.
Muy interesante como siempre lo que nos cuentas. Gracias